viernes, 21 de marzo de 2008

Un lugar de nadie, historia de muchos

Un lugar de nadie, historia de muchos

En la parte Norte del Departamento del Cesar, existe un pueblo muy, pero muy pequeño llamado Los Venados, este pueblo formado por los antiguos Vaqueros e impulsado por los Algodoneros fue tal vez un lugar mítico acogedor y testigo de muchas historias que como yo tienen en su imaginario colectivo grabado con imágenes y recuerdos que perdurarán has el fin de nuestros días. Los Venados está ubicado en medio de una amplia llanura semi desértica a lo que llamamos sabánas por su paisaje lleno de contrastes pues en invierno (Epoca de lluvias) muestra una cara hermosa de frescura adornada con una enorme extensión de grama verde como la grama de un enorme estadio con puntos verdes como islas formadas por los arboles de cerezos y trupillos. Como comederos públicos para los rebaños de ovejas estas sabanas tejieron su propia historia pues en medio de esos rebaños crecieron muchos de los paisanos y quizás algunos de mis parientes mas cercanos cuando la vida tenia otra forma, los lazos de hermandad y familiaridad, y amistad eran indisoluble, por ello, quiero tratar de plasmar lo que tengo en mi mente de este hermoso pedazo de tierra motivo de mas de una nostalgia en los momentos que pienso en la felicidad. Era el año 1978 donde la bonanza algodonera estaba en su mayor auge y con ella la prosperidad económica de mi familia y de muchos paisanos, el pueblo estaba vestido con grandes casas de arquitectura criolla, es decir grandes casas de material con muchas habitaciones, un enorme patio con grandes jardines donde la época de Navidad y año nuevo se llenaban de niños jugueteando con sus regalos, unas calles arenosas unas, y empedradas otras las cuales confluían todas a la plaza principal lo cual no era mas que un enorme lote lleno de arena donde todas las noches se aglomeraba una pelagatada a jugar bola de trapo, la lleva, el escondio y donde resultaba una gran trifulca a los puños. Como testigo una iglesia tipo colonial de las tipicas que se encuentran en los pueblos de la Costa Caribe, con gruesas paredes pintadas casi del mismo color y enormes y pesadas bancas de madera las cuales parecían eternas en duración. Las personas vivían en un mundo diferente, solo vivían para ser felices, nada turbaba la calma, nada preocupaba, no había violencia, no había desorden, existía como en todo mundo la chismosería, la intriga y la envidia pero era el ingrediente normal de todo pueblo pero que al final todos eran amigos, hermanos o buenos vecinos.
Los paisajes eran cambiantes, de las enormes extensiones de algodón lo cual le daban al pueblo y sus alrededores la apariencia de una llanura cubierta de nieve, y su enorme sequía lo cual lo convertía en una color pardo amarillento y sus polvorientas carreteras y caminos lo sumergía en una tristeza colectiva que inclusive hasta el silencio hacía parte del paisaje. Todos convergíamos que en esa época en donde la calor sofocante y la sequía invitaba a irnos todos a paseos de olla a Pozo Izquierdo, así se llamaba un balneario por donde el Rio Ariguaní (creo que así se llamaba) con aguas cristalinas y fría como la nieve, albergaba a un sinnúmero de familias que confluían en este balneario como una sola raza, un mismo credo y un solo ideal, este era otro paisaje, entre cerros de regular altura y una especie de bosques o grandes arboles con una ambiente de frescura y fertilidad contrastaba con las enormes sabánas semideserticas en época de verano. Pero tal vez como centro principal de esta historia está Brasilia, un mundo dentro de nuestro mundo, en mi memoria habita la imagen de un pequeño paraíso, puede que para el resto de la humanidad sea un sitio mas, para mi era mi paraíso, mi pequeño mundo. Era la finca familiar algodonera por naturaleza, pero también ganadera por obligación pues gracias la debacle del algodón había que cambiar de bando. Brasilia era esa especie de Oasis en medio del desierto, mi papá hizo un buen trabajo con ella, tenía una casa de material rústico con piso pulido y puertas y ventanas de madera con varillas de hierro corrugado (lo mas ordinario de la arquitectura) sin cielo raso rodeada de unos viejisimos arboles de Caracolí, carretos, y varios arboles de Naranja que se resistían a morir en época de verano, en sus alrededores grandes corrales de varetas y vaqueras, y ese profundo olor que expelen los corrales de ganado el cual es característico en si mismo, desagradable tal vez para el resto del mundo pero un aroma tranquilizante y lleno de esperanza para todos pues si había olor a boñiga, había vacas y por ende había riqueza. Durante unos años, que para mi significan toda una vida, vivimos allí, con unas comodidades modestas al dia de hoy, pero que en esa época era a cuerpo de rey, entre ellas, una enorme planta de energía LISTER con un emorme Generador de energía al que le decíamos "Dinamo" alimentada con ACPM y enfriada con Agua, producía energía suficiente para iluminar la casa principal, los corrales, el campamento (este también tiene su historia), el comisariato, y los alrededores de la finca con bombillas de 60 W y lamparas de tubo las cuales en esa época era la sensación por su luz blanca y alegre que contrastaba con el amarillento parpadeo de los bombillos Philips de 60 W. La energía llegaba a las 06:00 PM y se apagaba a las 01:00 AM o cuando había ocasiones especiales, la dejaban prendida hasta el amanecer, épocas especiales eran, las peleas de Pambelé, o las fiestas de fin de año, o cualquier fin de semana que los jornaleros tomaban aguardiente y Ron Caña en las afuera del comisariato hasta que se emborrachaban oyendo de una radiola SONY el ultimo LP de los hermanos Zuleta Rio Seco o Rio Crecido, era una vida hermosa, inigualable, sin comparación o igual.
Lo que trato de describir no tiene una descripción física a los ojos de los demás, es necesario cerrar los ojos y remontarse a esa epoca dorada cuando de niño se creía en la cigüeña, en el niño Dios y en diablo como un señor malo con cachos y trinche que se llevaba a los niños que no hacían caso o no se ponían zapatos, y que la única perversidad del hombre era robarse las vacas de los mas ricos. (Cuatreros). De niño y aún grande también, sueño que vuelo como las aves y desde al aire diviso a un pueblito cuadradito, de techos de zinc envejecidos por el sol, con enormes llanuras verdes o pardas según la época del año, llena de muchos niños corriendo por la plaza principal, y veo a muchas personas corriendo en las sabánas pastoreando sus rebaños de ovejas o recogiendo cerezas para el dulce; desde arriba se ve alegre, hermoso, como de ensueño, pero cuando bajo, está feo, acabado, triste sin esperanza, la gente ya no está, ahora solo hay personas agobiadas por los años, forasteros buenos y otros no tanto, ya no hay el blanco del algodón no las verdes sabánas llenas de ovejas y cerezas, si no carros deambulando a toda velocidad levantando una gran polvareda y con ello también un enorme miedo entre los demás que añoran como yo aquellos años mozos donde todo era color de rosa.

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